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Cómo superar el temor a la enfermedad mental y desafiar el estigma y la discriminación


Desde siempre persisten estos prejuicios, los cuales afectan la autoestima y la identidad de los pacientes. Aunque se ha avanzado mucho, aún existe la necesidad de evolucionar hacia nuevos paradigmas para alcanzar una mayor comprensión de estos trastornos.


Una consulta médica en la cual hay que descartar síntomas presuntamente orgánicos, lleva a un pedido de estudios complementarios, como por ejemplo, imágenes (resonancia magnética de cerebro) y laboratorio, pero, al mismo tiempo, conduce a evaluar la posibilidad de un cuadro en el cual existan elementos neurocognitivos y el pedido de una batería de test neurocognitivos.


Ante estos pedidos la respuesta sorprende, pero se repite e ilustra algo que hace a la historia de la humanidad y a la enfermedad mental: “Loca no estoy”. La posibilidad de elaborar un diagnóstico médico versus la simple y automática receta de un fármaco, que llevaría supuestamente hacia un desbalance químico, es de alguna manera más aceptable que la posibilidad de algo psíquico, es decir, la temida idea en el imaginario de “la locura”.


La discriminación, el temor y la autodiscriminación inclusive aún persisten en el área de la salud mental. El auge de abordajes no convencionales, alternativos, de alguna manera refuerza esta idea que “lo psiquiátrico” es algo a ocultar, en la medida que un abordaje superficial o periférico rodea al tabú, pero sin tocarlo.


El antropólogo Roy Richard Grinker en su libro del año 2021 “Nadie es normal: Cómo la cultura creó el estigma de la enfermedad mental” (Nobody’s Normal: How Culture Created the Stigma of Mental Illness) explora una idea inquietante y es cuando el estigma está al servicio de la cultura dominante y que puede llevar a la conclusión de que todos podemos estar incluidos en la idea de anormalidad, según el manejo de la opinión predominante, y en consecuencia ocurre algo preocupante: quién y con qué fines establece el parámetro de qué es normal y patológico y, por ende, puede ser excluido, estigmatizado.


Desde el origen de los tiempos, el miedo ha sido un factor de control para bien, como medida protectora o para mal, como medida de poder y dominio en la humanidad. En particular el miedo a lo desconocido o poco conocido y consecuentemente cargado no solo de miedos sino también de fantasías.


El estar fuera de la norma, de alguna manera estar fuera del lugar, estar en otro “locus”, por ende, el de la locura en breve, es un miedo que, en su aspecto arcaico, supera todas las defensas racionales. Es emoción pura, y una muy negativa o disfuncional cuando no sirve a un propósito de protección como es el miedo frente a un peligro cierto, que posibilita la acción. En el caso del miedo y la estigmatización de la “locura” es ya no ser parte de la humanidad, de no ser como los otros.


Para hablar de salud mental debemos dejar atrás los estigmas que avergüenzan-, es la mancha de la vergüenza, del apartamiento de la sociedad, que implica el ser diferente a lo que la norma impone.


La historia de cómo las sociedades enfrentaron la conmoción que representaba el ser diferente, lo que perturbaba es extensa y comienza quizás en el temor ante lo que podría representar una maldición, un castigo con origen en algo ligado al mundo de lo mágico o inclusive demoníaco.


Al mismo tiempo, la relación con lo estigmatizado por la maldición, abarcaba en algunos casos a las enfermedades del cuerpo. El concepto integrado de cuerpo y “alma”, que en un aspecto representa una visión positiva, en el otro, no podía haber nada bueno en el cuerpo si no lo era en el alma y viceversa. Así la mancha externa podía implicar la interna, o la interna ser la manifestación de algo peligroso como las temidas “pestes”.


De esta manera, algunas enfermedades en particular las infecciosas, las que dejaban alguna marca visible como podía ser la lepra o inclusive la epilepsia especialmente aquella visible en sus manifestaciones motrices, era un mensaje que inducía temor.


Es interesante que al mismo tiempo que la idea del estigma en algunas partes se extendía, en otras esta concepción de cuerpo y alma (Mens sana in corpore sano) permitía los abordajes integrados hacia las enfermedades mentales. De esta forma Hipócrates planteaba algo que quizás aun hoy resulta por momentos no integrado y es que las enfermedades mentales venían de un cerebro enfermo y no eran una condena de los dioses.


Sin embargo, a través de la historia las personas afectadas por alguna enfermedad mental han sufrido de discriminación y estigmatización, con formas de exclusión, aislamiento y hasta frecuentes abusos, como forma de castigo por lo no comprendido. En alguna época era famosa, la nave de los locos, la “Stultuifera navis” según una obra literaria, pero que eran embarcaciones reales no ficcionales, en las cuales se sacaban de las ciudades, primero a aquellos afectados por “la peste”, o luego aquellos disfuncionales y fuera de lugar, los enfermos mentales y así emprendían un eterno viaje por los ríos de Europa, en un no-lugar.


Al mismo tiempo, en otras situaciones la enfermedad mental era parte de la vida cotidiana y aceptada como tal. En relatos medievales, o simplemente la obra de Shakespeare nos muestra con los personajes de Hamlet, o el Rey Lear, la fuerte conexión entre los aspectos humanos, la vida y el padecimiento psíquico. Es decir, la postura ambivalente frente a la enfermedad mental en la cual en las mismas épocas era temida y estigmatizada y en otras formaba parte de la vida cotidiana. De alguna manera de la misma forma sucede en la actualidad, y creemos que el estigma es parte de la antigüedad, pero sin embargo, persiste.


Es así que en diferentes tiempos y culturas esa atribución a causas sobrenaturales, demoníacas, o maldiciones, hechicería etc., validaba extrañas técnicas de exorcismo, tortura y hasta muerte. El ejemplo de Juana de Arco que decía oír las voces de Dios, fue quemada por bruja, o los fenómenos en Salem en Estados Unidos. En otras culturas y épocas, era signos de debilidad, pecado, falla moral y recibía diversas formas de castigo, como la instigación al repudio colectivo, encierros eternos, o exilio. La estigmatización iba unida a otra que no ha pasado por alto y era el lugar de la mujer, que podía pasar desde ser la vidente, a muy frecuentemente la bruja culpable un acontecimiento o destino adverso. No se quemaba habitualmente a brujos.


Más cercanamente con el advenimiento de la revolución industrial la incapacidad de ser parte de la fuerza productiva de manera plena abrió una serie de aprisionamientos, o de asilos, o dejar a su merced a los enfermos, con las consecuencias esperables. La discapacidad era enemiga del progreso.


A su vez, en otros momentos el fenómeno funcionaba de manera inversa, y la disidencia filosófica o más precisamente del ideario político dominante, llevaba a emplear la excusa de la locura para la estigmatización e inducir el temor en la población. Ejemplo fueron los asilos en la Rusia posterior a la revolución bolchevique, o los envíos de los nazis a campos de concentración a personas con discapacidades, enfermos mentales o como trágicamente conoció la humanidad, a los que el régimen consideraba enemigos, o peligrosos, y por ende que debían portar un estigma en sus ropas. Así la idea de la limpieza de esa mancha, era la excusa para toda barbarie.


Con el avance del conocimiento y la formalización de la psiquiatría y la psicología como ciencias, como cuerpos de conocimiento, mucho se avanzó, pero al mismo tiempo se entró en una era de etiquetado en el cual una persona que padecía de algo ya entraba en una categoría casi en algunos casos inamovible. Al mismo tiempo el exceso de esa clasificación llevó y de alguna manera lleva a considerar un trastorno, casi cualquier comportamiento humano que la variable cultural considere anómalo.


El auge de medios diagnósticos y al mismo tiempo de medios terapéuticos principalmente con el advenimiento de los psicofármacos, significaron la posibilidad de abordar mejor un problema, pero a la vez presentan su otra faceta que todo fuese medicable y así hasta las emociones más humanas pueden llegar a ser patologías y constituir un arma para estigmatizar al otro. La resistencia a tratamientos psicofarmacológicos racionales da cuenta de ello.


La historia de las enfermedades mentales es fascinante porque refiere a la historia de la humanidad, pero a la vez a cómo y en qué medida comprendemos al otro como un semejante. En todas las épocas, desde Hipócrates hasta nuestros días, existe la posibilidad de comprender y aceptar al diferente y ayudar compasivamente a aquel que experimentaba diferencias o, por el contrario, usar esas dificultades como elemento de discriminación y poder.


En el mundo actual, el estigma sobre la enfermedad mental es algo que afecta a millones de personas en todo el mundo. A pesar de todos los avances muchas personas siguen enfrentándose a prejuicios, discriminación y de alguna manera violaciones de sus derechos humanos en temas, como el acceso a la atención médica, educación, empleo, etc. A nivel individual el estigma afecta la autoestima, la identidad y la recuperación de las condiciones con las que se debe vivir y lleva al autoestigma y el aislamiento.


Es importante abordar el estigma en los diferentes niveles, desde la práctica médica, hasta la comunicación social y mediática, para avanzar en una mayor comprensión que evite el uso del estigma como instrumento de poder en detrimento de otros. La apertura a hablar de sus propios problemas por parte de figuras el espectáculo que hemos tratado en notas recientes implica un avance en este cambio de paradigma.


El camino es largo y dinámico, viene desde Hipócrates, pasando por Philippe Pinel, el médico francés que liberó a los enfermos mentales de las cadenas en los hospicios, en lo que eran tenidos con el trato de prisioneros, al concepto actual de neurodivergencia y neurodiversidad en la cual se busca establecer que las diferencias no implican anomalías per se, sino invitan a elaborar diferentes perspectivas ante por ejemplo los trastornos del espectro autista (TEA).


Sin duda, tenemos un camino en el que a la vez que sigamos incorporando nuevas miradas de los últimos avances científicos vayamos dejando de lado ideas ligadas al temor atávico, ante aquello que desconocemos y a veces nos inquieta.


* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista.

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